Lo cierto es que el default de Molino Cañuelas con bancos y entidades financieras se remonta a mediados de 2018. En aquel momento, la principal procesadora de trigo de la Argentina, se vio obligado a dar un volantazo en su estrategia financiera y de esta manera dejó atrás la posibilidad de salir a cotizar en la Bolsa local y en Nueva York. Y contrató a la firma de asesoría financiera Lazard para reestructurar su cuantiosa deuda que en ese momento ascendía a poco más de u$s760 millones.

Luego de meses de negociaciones, ese proyecto no logró el visto bueno de todos sus acreedores. Incluso el Banco Macro le pidió formalmente la quiebra. Meses después, en marzo de 2019, consiguió un salvavidas del banco estatal BICE (Banco de Inversión y Comercio Exterior), quien le concedió un crédito que fue íntegramente destinado a capital de trabajo. Incluso en aquel momento desde Molino Cañuelas detallaban que esa línea de crédito fortalecería “la operatoria y el capital de trabajo en el período de inicio de cosecha y de transición hasta la formalización del principio de acuerdo”.

Según indican desde el sector, parte de los problemas económicos de la empresa se explican a partir de su “expansión vertiginosa” que no estuvo acompañada por un fuerte crecimiento del consumo en el mercado interno y además sufrió en carne propia los embates de la mega devaluación del peso durante la presidencia de Mauricio Macri. Así, una empresa que factura mayoritariamente en pesos, el 60% de sus ingresos corresponden al mercado interno, se encontró en un callejón sin salida con deudas millonarias en dólares.

De la misma manera lo explica la empresa un comunicado enviado a los medios: “La alta volatilidad que se registraba en ese momento en las principales bolsas del mundo y la performance económica negativa de la Argentina, redundaron en una falta de interés de los mercados que obligó a la compañía a desistir del proceso”. Y agrega: “Esto, sumado a las sucesivas crisis económicas vividas por nuestro país, donde, solo durante el 2018, el peso se desplomó más del 50% contra el dólar, obligaron a la empresa a postergar el pago de ciertos compromisos e iniciar un proceso privado de re-perfilamiento del total de su deuda financiera”.

Lógicamente la crisis derivada del covid terminó por complicar el escenario ya que algunos bancos endurecieron su postura y se negaron a avanzar con una quita o refinanciación de los pasivos de la empresa.

“La nueva turbulencia financiera registrada en el país en el mes de agosto de ese año (2018), y la abrupta devaluación de la moneda local, sumado a la crisis mundial por el covid en 2020 y las dificultades propias que esto generó en la Argentina provocaron un nuevo e inevitable cambio de escenario para todos los participantes de la restructuración, e incluso hizo que algunos bancos decidieran suspender su participación en dicho Comité, alejando la posibilidad de obtener un acuerdo definitivo”, concluye la empresa.

Pero vamos por partes para explicar el alto endeudamiento de la firma. Quizás uno de sus mayores hitos fue la compra, en 2016, del negocio local de harinas de Cargill (en total siete molinos) por $736 millones, una operación para la que antes consiguió el apalancamiento de un crédito del Banco Mundial de u$s80 millones. Hoy es líder nacional en capacidad de molienda con alrededor de 3,2 millones de toneladas al año. Además, la firma reconocida por los bizcochos 9 de Oro también creció muy fuerte en el segmento de premezclas y productos con mayor valor agregado en las góndolas y para lograrlo invirtió seguidamente u$s100 millones en su planta de producción dedicada a los alimentos congelados ubicada en la localidad bonaerense de Spegazzini, partido de Ezeiza.

Esta fuerte expansión tuvo un alto precio y la compañía se vio en la necesidad de salir a buscar capital de trabajo para refinanciar la fuerte deuda que fue tomando con el transcurso de los años. En una primera instancia organizó en 2017 una IPO en la Bolsa local y Wall Street con la que buscaba recaudar u$s1.141,6 millones pero en noviembre de ese mismo año comunicó oficialmente que postergaría la iniciativa ante “la alta volatilidad que presentaba el mercado”.

Lo cierto es que para aquel entonces ya tenía números complicados, porque incluso en su prospecto de emisión de acciones enviado a la Comisión Nacional de Valores mostraba un patrimonio neto negativo de $736 millones, es decir tenía más deudas que activos en su haber.

Con el balance anual de la firma cerrado en noviembre de 2017 se vislumbra a las claras su necesidad de refinanciar sus millonarias deudas. Por lo pronto, con ventas totales de alrededor de $28.000 millones terminó perdiendo $250 millones. Un año antes había logrado facturar $32.300 millones y ganado $864 millones porque tuvo un ingreso extra por la adquisición de un negocio puntual. Quizás como comparativo es más fiel el ejercicio 2015 donde facturó $23.000 millones y terminó ganando $12 millones. Mientras tanto, según destacan fuentes de la industria molinera, fue el propio Aldo Navilli quien se puso al frente durante los últimos dos años de la negociación con los bancos locales e internacionales. “La intención de la familia fue encontrar la mejor salida sin perjudicar el normal funcionamiento de la empresa y eso se refleja en que nunca dejó de pagar los sueldos a sus 3.000 empleados y mucho menos a sus proveedores, como por ejemplo así lo hizo Vicentin”, remarcan.El final sigue abierto.